Crónicas del desierto: regreso a San Pedro de Atacama

Trabajé un semestre completo en San Pedro de Atacama. Esa temporada – como le llaman acá – fue quizá una de las experiencias más intensas y completas que viví. A continuación narraré las más significativas impresiones que surgen al recorrer nuevamente esta tierra.

Hace 4 años ya llegué a San Pedro de Atacama recién egresado, huyendo de mi tesis. Sin entrar en detalles sobre eso, llegar al altiplano atacameño a instalarme ha sido lo más intenso que me ha sucedido en los últimos años. Llegué con la convicción de que me quedaría un par de meses, para luego volver o seguir viajando, lo que finalmente resultó en casi seis meses de experiencias literalmente de otro planeta.

Esta posibilidad se debe principalmente a que San Pedro de Atacama ofrece una sólida oferta gastronómica y hotelera, con una enorme variedad de precios y servicios, todo de excelente calidad. La enorme afluencia de público, por ende la oferta y la demanda, excluyen cualquier servicio de baja calidad, determinando que se ofrezcan servicios confiables, con un estándar de media a alta calidad en todos los rubros. Esto genera que la empleabilidad para quienes peregrinan a estas tierras sea competitiva también. Hay empleo para todos, pero en el corto plazo, estos son capaces de desechar a quienes no se adapten de forma satisfactoria al ritmo de vida de San Pedro. “Si San Pedro no te abraza y te acoge, te escupe en solo días”, me dijo un chico que conocí el primer día llegado a estas tierras.

 

Retorno a un lugar místico

Trabajar y vivir en San Pedro, en defintiiva permiten acceder desde otra posición a los hitos patrimoniales y turísticos. Sin duda, el acercamiento que se hace como habitante – aunque efímero, pasajero – está dado por habitar el espacio patrimonial, utilizar sus calles, pasadizos, rincones. Vivir en un Ayllu en una construcción de adobe, almorzar todos los días en la enorme oferta gastronómica y recibir el descuento para la gente del pueblo, sin duda originan otra sensación de pertenencia y apología a este territorio.

Ahora mismo estoy sentado en la Plaza de Armas de San Pedro. Miro las construcciones, los enormes pimientos que protagonizan este panorama. Los arcos y columnas de las construcciones antiguas. La casa de Pedro de Valdivia, así llamada por ser la vivienda que Francisco de Aguirre mandó a construir para el comandante de las huestes que conquistaron este territorio desde 1540.

La iglesia de San Pedro, es una de las iglesias de más antigua data de nuestro pais. De estilo andino, está hecha a base de adobe, tablas de algarrobo y cactus que se encuentran amarradas con cintas de cuero en el techo, de especies camélidas de la zona. Consta de 2 puertas. Según se dice la principal era para que entraran los españoles y la del costado los indígenas. Hoy en día es un monumento nacional de Chile.

Observar el pueblo mientras lo recorro o mientras estoy aquí sentado, me llena de nostalgia. Ciertamente hoy, desde otro ritmo puedo contemplar apaciblemente por qué estas calles de tierra y muros de adobe atraen a miles de viajeros de todo el mundo durante todo el año. En este preciso momento espero la disponibilidad de una bicicleta para ir a recorrer los Valles de la Luna y Muerte. Luego de eso me encaminaré a la Aldea de Tulor y a las Lagunas Céjar y Escondida. Será un largo día del que espero poder dejar algún testimonio en la próxima nota.

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